Ando rodando
Gustavo SantaolallaANÁLISIS | SIGNIFICADO
En la profunda cotidianidad del barrio, Hilda y su hermano son como pilares eternos, desafiando al paso del tiempo y a la misma muerte. Juntos recorren los senderos de su hogar como si fuera un templo, donde las cortinas permanecen siempre cerradas y el altar resplandece con la luz azul del televisor.
Bajo la sombra de la tarde, vigilan con devoción los rincones de la vecindad, como guardianes de la cuadra entera. La vida de Hilda se ha dedicado al cuidado de su hermano, quien lleva consigo una mezcla de amor y tragedia desde que perdió a su esposa siendo aún joven.
La rutina de Hilda y su hermano se traduce en el sencillo ritual nocturno de compartir sopas, vestidos con sus atuendos confortables y prácticos. A pesar de los pequeños cambios en su hogar con la llegada de nuevas tecnologías, como la heladera y el gas natural, un día misteriosamente desaparecieron sin dejar rastro.
Hilda y su hermano se sienten ajenos a este mundo, conscientes de que su destino los llama de regreso a las tinieblas, abrazados en el eterno y misterioso lazo que los une. Un relato melancólico y envuelto en un aura de quietud, donde la cotidianidad se fusiona con lo etéreo y lo atemporal.